Modo Randall F.


Randall
El corazón. Ese órgano al que nos referimos cuando queremos relacionar lo que sentimos con nuestro organismo. Imagino que porque se acelera al sentir miedo, pasión, angustia, deseo, ira, satisfacción y un larguísimo etcétera de emociones.
El lugar donde señalamos en nuestro pecho (en realidad está más a la izquierda), como si allí se guardara algo más que músculo y fluidos. Como si realmente el amor estuviera ahí encapsulado. Como si el odio estuviera en un baúl de proporciones ridículas en comparación a su auténtica magnitud.
¿Qué ocurre si el pulso ni se inmuta cuando ves a alguien morir a tus pies? ¿Ese corazón, dónde está? ¿Sigue en el pecho o emigra a nuevas zonas del cuerpo? ¿Dónde debo señalarme cuando no siento lo más mínimo frente a una muestra de cariño, ni siquiera cuando es hacia mí?
Y la pregunta de dónde debo señalar es mucho más sincera de lo que nadie se puede imaginar. Me gustaría saberlo. Ya que a veces creo que debajo del pulmón izquierdo tengo un hueco vacío. Ni un nudo, ni un dolor, ni una tristeza. Nada. Vacío.
Y si está vacío. Qué significado puede tener para mí tener sentimientos. Si no puedo ni colocarlos, ni clasificarlos, ni desarrollarlos ni mucho menos demostrarlos.
Apatía. Durante mucho tiempo también pensé que ese era mi estado natural. La apatía. Pero eso tampoco es cierto. No siento nada en absoluto ni por mis congéneres ni por mi entorno, pero eso no hace que no sea de pensamiento activo ni que no desee saber el porqué ni que no quiera hacer cosas por descubrir qué significa esto que no siento dentro. Experimentar con las personas de mi alrededor, a veces, casi consigue que mi sonrisa sea sincera, como si de una emoción se tratara. Luego descubro que corroborar la vacuidad ajena sólo acentúa la mía y comprendo que mi sonrisa de debe a un acto reflejo para aparentar satisfacción ante la confirmación de una hipótesis. Nada más.
Y ahí es donde hay 2 conceptos que vuelven a hacerme pensar que realmente no formo parte de esta especie. Lo que es bueno y lo que es malo. Cómo distinguir una cosa de otra si ninguna de las 2 me provoca la más mínima sensación de realidad. Si cuando las cosas buenas para unos son las malas para otros. Y viceversa. ¿Quién tiene razón? ¿Nadie? ¿Todos?
Derechos humanos. Derechos animales. Ecología. Y sin embargo la evolución está repleta de casos de destrucción sin explicación. De desapariciones indiscriminadasce. De supervivencia, depredación y extinción. Sin que la naturaleza opine sobre si eso es o no correcto. ¿Realmente la comunicación nos da tantos derechos como para proclamarnos dictaminadores del bien y el mal?
¿Y si podemos experimentar con seres pluricelulares en pro de la ciencia, porqué no puedo hacer lo mismo con los humanos circundantes? ¿Qué les diferencia de los monos? ¿La comunicación? Para que haya comunicación debe haber un emisor y un receptor. Según mis observaciones, los receptores ya se han extinguido. Así que los emisores deben ser los siguientes.
Como he oido decir en algún sitio: “Todo lo que tiene un principio, tiene un final”. Seguramente la frase tenía otro sentido, sin embargo no me parece relevante, pues las palabras fuera de contexto nunca lo són.
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Dejó caer el frasco en medio de la plaza.
En la etiqueta se podía leer una referencia a un virus de la gripe.
Flagg


Abrazo

Saltamos por las rocas del espigón y nos sentamos.
Me descalcé. Era invierno, pero hacía un sol y un calor perfecto para descalzarse. Yo estaba de espaldas mientras me descalzaba. Y cuando me giré ahí estaba tu cara.
Preciosa. Algo delgada. Yo la recordaba algo más redonda, sin embargo seguía siendo un óvalo precioso. La barbita recortada y canosa. No hacía mucho que te la había recortado, aún tenías granos enrojecidos en el cuello. Tu calva. Igual de canosa que la barba. Y tus ojos enmarcados por esas gafas. Tristes, cansados, aburridos de sufrir, perdidos, alegres, tímidos, expectantes, ansiosos. Había tantas cosas en ellos que el corazón se me desbordó en milésimas de segundo.
Intercambiamos 3 frases medio profundas. Idioteces, en el fondo. Y me pediste que me sentara debajo tuyo para poder abrazarme. Y lo hice.
Y a partir de ahí el tiempo se detuvo. Lloramos, hablamos, nos miramos, por más vergonzoso que te sintieras y esquivaras mi mirada cada 3 segundos, pero sobretodo me abrazaste como nunca me habían abrazado, ni volverán a hacerlo en la vida.
Fuerte, sin hacer daño en nigún momento. Sin dejar un centímetro sin estar en contacto. Dejando que tus manos corrieran por mi espalda, permitiendo que tu profesión saliera a relucir. Acariciándome, besándome.
No deseo explicar lo que sentí. No tengo ninguna intención de explicar lo que ocurrió. No voy a contar qué pasó.
Es todo mucho más sencillo.
Todo el mundo debería obtener, aunque fuera una única vez, aquello que anhela. Aunque lo único que anheles sea un abrazo. Perfecto.