Abrazo

Saltamos por las rocas del espigón y nos sentamos.
Me descalcé. Era invierno, pero hacía un sol y un calor perfecto para descalzarse. Yo estaba de espaldas mientras me descalzaba. Y cuando me giré ahí estaba tu cara.
Preciosa. Algo delgada. Yo la recordaba algo más redonda, sin embargo seguía siendo un óvalo precioso. La barbita recortada y canosa. No hacía mucho que te la había recortado, aún tenías granos enrojecidos en el cuello. Tu calva. Igual de canosa que la barba. Y tus ojos enmarcados por esas gafas. Tristes, cansados, aburridos de sufrir, perdidos, alegres, tímidos, expectantes, ansiosos. Había tantas cosas en ellos que el corazón se me desbordó en milésimas de segundo.
Intercambiamos 3 frases medio profundas. Idioteces, en el fondo. Y me pediste que me sentara debajo tuyo para poder abrazarme. Y lo hice.
Y a partir de ahí el tiempo se detuvo. Lloramos, hablamos, nos miramos, por más vergonzoso que te sintieras y esquivaras mi mirada cada 3 segundos, pero sobretodo me abrazaste como nunca me habían abrazado, ni volverán a hacerlo en la vida.
Fuerte, sin hacer daño en nigún momento. Sin dejar un centímetro sin estar en contacto. Dejando que tus manos corrieran por mi espalda, permitiendo que tu profesión saliera a relucir. Acariciándome, besándome.
No deseo explicar lo que sentí. No tengo ninguna intención de explicar lo que ocurrió. No voy a contar qué pasó.
Es todo mucho más sencillo.
Todo el mundo debería obtener, aunque fuera una única vez, aquello que anhela. Aunque lo único que anheles sea un abrazo. Perfecto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario