Tímido


Me invitaron a ir de fiesta con ellos. Nunca me ha parecido una idea genial salir a beber con los alumnos, pero nos llevábamos bien y se empeñaron en llevarme con ellos.
 Además, estaba él.
Fuimos a cenar y allí que se colocó el niño, delante de mí. Intenté parecer indiferente a todo, pero su actitud era imposible de ignorar. Hablándome, cogiendo comida de mi plato, riéndose con esa expresión de felicidad y de respeto a las canas. Pura ingenuidad creyéndose el rey del mundo y su centro, de paso.
Cuando nos fuimos a bailar, tampoco hice mucho caso de los roces, las copas pagadas, lo que a mí me parecieron miradas extrañas en medio de la pista. Y no hice caso, porque 20 años de diferencia no es una barrera fácil de saltar y menos aún cuando 3 veces en semana lo tienes sentado en un pupitre explicándole lo difícil que lo tienen los seres vivios con esto de la evolución. Así que dejé que las cosas sucedieran pero sin darles mayor importancia.
Hasta que llegó el momento de volver a casa. Y debo remarcar que YO era el que volvía a casa, porque mi espalda y mis riñones no tienen el mismo aguante que el de mis compañeros de juerga a los que doblaba la edad. En el momento en que mis lumbares decidieron que ya era suficiente por esa noche, muy educadamente me despedí y les dije que volvía a casa dando un paseo para despejarme.
En menos de medio segundo mi paseo se transformó en un viaje en “taxi” a casa y como conductor estaba él, mi niño. Dispuesto a llevarme a la Conchichina si hiciera falta.
Le indiqué la dirección y de camino a mi casa apenas si cruzamos 3 palabras. Yo estaba tremendamente cansado y él parecía algo nervioso. Inquieto. Parecía que se estuviera meando encima, vamos. Hasta que aparcó en el portal de mi edificio.
Lo que ocurrió allí fue algo tan inesperado como deseado. Fue casi tan torpe como precioso. Sin mediar palabra acercó su mano derecha a mi paquete y la izquierda a mi cara y se abalanzó sobre mí para besarme en la boca, pero con el ímpetu y los nervios no calculó su fuerza y acabó golpeándose con el techo del coche, estrujándome los huevos para mantenerse en equilibrio y casi se parte un diente contra mi nariz. Lo que acabó con su cuerpo encima de mí, su cabeza contra la puerta, sus piernas buscando un lugar donde apoyarse y un color rojo radioactivo de la vergüenza en toda su cara.
Y en ese momento hice lo único que podía hacer. Recoloqué su cuerpo mirando hacia arriba, le pasé mi brazo por su cuello y le dí el beso en los labios que intento darme él antes.
Se estremeció al notar el contacto. Casi pareció que opusiera algo de resistencia, pero en una décima de segundo se relajó y se dejó llevar. Y nos besamos durante lo que pudo ser una eternidad, dejando que el sabor de nuestros labios nos llenaran los demás sentidos, con pasión, con fuerza, con ingenuidad.
Lo aparté un momento para mirarle a los ojos y preguntarle si estaba seguro de eso. Y sin responder, se volvió a sonrojar, pero esta vez apareció una sonrisa tímida en su cara y volvió a besarme muy suave.
Del trayecto hasta mi salón no recuerdo mucho. Simplemente sé que sus manos no hacían más que buscar algo que parecían no encontrar nunca. Ni siquiera cuando nos tumbamos en la alfombra. Hasta que entendí de qué se trataba. Quería desnudarme, pero sus nervios no le dejaban coordinarse, así que tuve que tomar la riendas y me puse encima suyo para que se quedara quieto. No era muy difícil, ya que mi metro ochenta y cinco de altura y mis más de 100 kilos no eran rival para su metro setenta y 2 onzas de peso. Así que se rindió y me miró con tanta inocencia que comprendí el porqué de esa torpeza y de esa impaciencia y de todas esas ganas de demostrar lo que sabía hacer. Nunca lo había hecho antes. Me estaba regalando su virginidad y yo sólo podía corresponder a tanta ternura con más ternura. Acerqué mi cara a la suya y en voz muy bajita le dije lo que él quería oir y yo necesitaba decirle: “Hoy me das tu mayor regalo y yo lo pienso guardar como oro en paño, pequeño. Déajte llevar, no tengas miedo. No necesitas demostrar nada, tus ojos ya lo hacen por ti… y qué preciosos son…” Y como si un resorte se hubiera soltado en su interior, sonrió abiertamente y se destensó mientras me daba el primer beso tranquilo de la noche.
Cogí sus manos, sus grandes y bonitas manos, con las mías y las guié hasta mi camiseta permitiéndole que me la quitara despacio, saboreando el contacto de su piel sobre mi torso. Con las manos, esas perfectas y cuidadas manos, aún agarradas le mostré como acariciar mi pecho y mi barriga, redondita y velluda, para empezar a excitarme y para que comprendiera que mi excitación era lo que él necesitaba para empezar a disfrutar.
Se soltó despacio de mis manos y con una gran habilidad me desabrochó el pantalón y me hizo tumbarme a su lado para poder quitármelo junto a las bambas y toda la ropa interior. No hay nada como soltarse para empezar a hacer la cosas sin miedo y sin torpeza. Mientras me desnudaba fue besando cada nueva parte que quedaba al descubierto con su linda boca, haciéndome cosquillas con su perfectamente recortada barba provocándome pequeños espasmos que se confundían en mi mente como espasmos de placer. Haciendo que mi miembro le mostrara lo bueno que era haciendo lo que nunca antes había hecho.
Y entonces empezó a desnudarse él. Se levantó y mientras con sus pies se quitaba los zapatos, con sus manos deshizo en un momento de su camiseta y sus tejanos, para dejar el desnudo ese pequeño cuerpecito, perfectamente tallado, sin excesos,que tanto tiempo llevaba yo deseándolo en mi cama. Y allí lo tenía, en mi alfombra, con un rubor en las mejillas, como esperando una aprobación o una señal que le dijera que podía continuar, que estaba bien así.
Lo agarré del culo (qué perfecto y duro lo tenía! Benditi juventud y nedito el deporte!) y acerqué mi cara a su pelvis para empezar a besar esa belleza de pene que le colgaba entre las piernas y esos huevos grandes y peludos que pedían a gritos una buena comida. Y ahí tuve la sensación que su mundo cambió o su percepción del mundo, porque el último espertor de oposición despareció para dejar paso al flujo de sangre que lo empalmó como nunca antes lo había hecho.
Le dolía su propia erección, se notaba. E intentaba tocarse la polla dura como para asegurarse de que aquello era suyo y estaba como una roca mientras se la estaba mamando desde la base hasta el glande, apretándole el perineo para hacerle la experiencia más intensa, acercándose al éxtasis. Sin embargo, era su primera vez y no podía permitirle que aquello acabara antes siquiera de empezar, así que paré de excitarle su enorme erección y volví a tumbarlo a mi lado.
Era precioso. Todos los rincones de ese niño eran preciosos. Su cara de bebé con barbita. Su pecho con esa incipiente mata de pelo que debía seguir creciendo con los años. Sus fuertes brazos y piernas. Su ancha espalda, sus manos y sus pies, grandes y firmes y un culo y una polla que podrían ser la envidia de cualquiera. No podía dejar de observarlo, acariciarlo, besarlo, lamerlo y por lo visto él había decidido no perderse nada de todo eso. Habí decidido que quería dejarse llevar. Entonces, decidí que si debía ser en algún momento, ése era perfecto. Saqué el bote de lubricante de una caja en la mesita de centro y mientras le volvía a mamar esa preciosidad de rabo erecto que no paraba de retorcerse al compás de mi lengua empecé a lubricarle el ano. Despacito, con calma y sin asustarlo. Que´ria que disfrutara de lo que viniera a continuación, así que poco a poco introduje mi dedo corazón lleno de lubricante en su culo, con mucho cariño para evitar cualquier dolor o desagrado y para sorpresa de ambos, excepto por una leve mueca inicial, mi dedo desapareció por completo dentro de él, para llegar directo a su próstata. Y en ese momento gritó.
Pero fue un grito de puro placer lo que salió de su graganta, por lo que no pude dejar de estimularle su recién descubierto punto g mientras su polla se estaba volviendo loca de placer en mi boca.
Donde antes sólo había espacio para un dedo, pronto entraron el índice y el corazón y su momento de gozo empezaba a ser insoportable para mi polla, que había crecido tanto como la suya y se retorcía en mi mano hasta que le levanté las piernas, me las apuyé en los hombros y le metí mi polla en su culo con tanta fuerza que casi nos caemos hacia adelante, pero con una destreza que no sabíamos ninguno de los 2 que él tuviera, se recolocó permitiendo que mantuvieramos el equilibrio y de paso que mi polla entrara completamente en su culo.
La cara de ese pequeño mientras lo penetraba era de puro placer. Había descubierto algo que creo que jamás iba a olvidar y por más que yo hubiera visto esto antes, el hecho de saber que lo que estábamos haciendo era SU primera vez, me llenó de orgullo y ternura hacia ese niño que quería perder la virginidad con su profesor de ciencias. Así que me dediqué por competo a descubrirle un mundo nuevo de sensaciones, mientras lo penetraba de todas las formas imaginables, aguantando las ganas locas de correrme dentro, para permitirle disfrutar más tiempo de aquello.
Le pajeaba con una o ambas manos, detenía el bombeo para besarlo con pasión y meterle la lengua hasta el fondo, le apretaba el pecho con mis manos mientras le estimulaba los pezones, le besaba las manos y se las mordía, le lamía los pies y mordía sus grandes y potentes dedos hasta que yo mismo me volvía loco de éxtasis y le acariciaba todos y cada uno de los átamos de su piel para que supiera que era perfecto. Que mi niño era perfecto.
Y en el momento de máximo deleite ocurrió lo que casi nunca ocurre y menos una primera vez. Su polla y mi polla empezaron a hincharse y contraerse a la vez, conviertiendo los movimientos del cuerpo en puro placer hasta hacernos estallar al unísono, como si estuvieramos sincronizados, como si el placer ya no pudiera ser mayor. Y cuando eyoculó salpicándolo todo a su alrededor yo hice lo mimso dentro de él, conteniendo las últimas embestidas para hacer el momento ligeramente más duradero, más intenso, haciendo que por un segundo nos olvidaramos de todo y de todos y sólo quedaramos él y yo. Él y yo. Magia en estado puro.
Aún dentro de él, me puse a su esplada y lo abracé con todo el amor de que era capaz en aquel instante de paz. El momento más tierno de toda mi vida y espero que el uno de los más bonitos de la suya.
Saqué mi pene de su culo con delicadeza, dejando que disfrutara de ese último momento de comunión y lo giré para que se apoyara en mi pecho. Le caían lágrimas de sus ojos. Sus azules y preciosos ojos. Pero su sonrisa y como se acurrucó en sobre mí me hizo comprender que lo que fuera que le ocurriera no suficiente para romper este momento.
Se durmió en mis brazos, se durmió en mis besos y soñó en mis sueños. Como un pequeño ángel. Mi pequeño ángel.
A la mañana siguiente, al despertar en mi cama se sobresaltó al no reconocer el lugar, pero al verme revoloteando por la cocina del loft se volvió a relajar, aunque su rubor volvió a sus mejillas.
Y antes de que él hablara lo hice yo.
“No te preocupes, pequeño, nadie lo sabrá nunca, salvo tú y yo. Vuelve a tu casa, vuelva a tu vida y vuelve con tu chica. Tiene mucha suerte.”
Le preparé el desayuno, le preparé un baño y cuando salió por la puerta, se detuvo y me regaló un beso en los labios. Aquel día me había colmado de regalos para toda una vida. Lo vi arrancar el coche y echar un último vistazo al portal donde le estaba viendo marchar, con lágrimas en sus ojos, de nuevo. Mi pequeño. Tal i como debe ser, volvió a su vida; pero, inevitablemente, siempre estará en la mía y sé que yo viviré un poquito en él.
Mi pequeño.

Adiós

Tengo la última foto abierta en mi móvil. En una de esas aplicaciones que te unen a la gente, porque se supone que puedes compartirlo todo desde una pequeña pantallita táctil. Y yo sin embargo, sé que esta imagen es el fin de todo lo que nunca fué.
Me intentaste amar. Lo sé y lo supe desde el principio, pero nunca pasó de un intento. Supongo que nunca has podido hacer más por mí. Imagino que nunca fui lo que realmente buscabas. Así que era lógico que cada uno tomara un rumbo distinto después de aquellas minivacaciones. Una de esas cosas que nunca salen como uno desea y aún así las lleva toda la vida aquí, en el corazón y en el recuerdo como unos de los más grande tesoros que se pueden poseer.
¿Sabes una cosa? Fuiste la primera persona que durmió abrazado a mí toda la noche. Sin quejas, sin molestias en el brazo (siempre sobra un brazo en estas situaciones...) sin importarte nada más que tenerme cerca. Dejando que notara todo tu cuerpo junto al mío durante TODA la noche... Es algo tan sencillo, tan mágico y tan raro, que simplemente por eso creo que jamás podré olvidarte. Y por esa misma razón, sé que aún viendo la foto, esta última foto y sintiéndome roto como me siento mientras soy incapaz ni de eliminarla ni de apartar los ojos de la pantallita táctil dejaré de sonreir como sólo alguien que ha amado incondicionalmente lo puede hacer al recordar.
No sabes cuanto te amé. Y mucho menos sabes cuánto sigo haciéndolo. Y ni yo me imagino cuánto te seguiré amando por el resto de mis días. Fuiste mi luz en mi momento más negro. Sólo verte me hacía sentir vivo. Cómo nunca antes pensé que uno se pudiera sentir. Era ver tus ojos, esos increibles ojos verdes y saber que eso era la felicidad. Incluso hoy, pasado ya tanto tiempo, sé que aquello era la felicidad. Y no puedo dudarlo ni por un instante.
Fantaseé con una vida contigo. Y eso fue el fin de lo que nunca empezó. Ahora lo sé. Pero no pude y supongo que no quise evitarlo. Las luces de aquella primera noche te hacían brillar. El agua hacía reverencias cuando tú te movías. Tu abrazo era tan delicado y tan fuerte y tan sincero que no pude evitarlo y mi imaginación voló. Y después de eso me abrazaste toda la noche. Así que sólo podías ser un regalo del cielo o el padre de mis hijos. Y dejé que el padre de mis hijos se convirtiera en humo.
Lloré, viajé, me equivoqué, encontré un nuevo camino y me obligué a deajr de pensar en ti y en quien ya eras para mí. Y lo conseguí, hasta que volviste a mi vida en forma de fotografía.
El mundo es un pañuelo y siempre hay alguien que conoce a otro alguien que a su vez es amigo de alguien más y al final, mientras zorreabas por ahí (es la palabra más correcta y los 2 lo sabemos...) reapareciste.
No importa ni cómo ni de dónde ni quién me devolvió la sonrisa, porque eso fué lo único que pude hacer al saber que estabas vivo y pendodeando: sonreir.
Como cuando te ví la primera vez corriendo hacia el coche desde la estación. Sonriendo como cuando me diste el primer beso en los labios, como cuando me dijiste que eso no era un beso de verdad y me rodeaste la cara con tus grandes y cuidadas manos y me besaste hasta hacerme perder el equilibrio, literalmente. Sonreir como cuando me abrazaste para evitar que me cayera al suelo.
Sonreí.
Y eso sonrisa se ha congelado para siempre en el tiempo. No sé la razón exacta, pero intuyo que se debe a que no voy a dejar de amarte por más que debiera. El corazón no atiende a razones, ahora lo entiendo.
Prefiero sonreir mientras te miro en esta foto en la que estás guapisimo riendo junto a tu marido. Junto a ese hombre con el que estoy seguro que duermes abrazado toda la noche. Esta foto que no puedo dejar de mirar.
Prefiero sonreir, aún sabiendo que esa persona que está ahí a tu lado en la fotografía y que es tan y tan parecida a mí, que tiene esa cara y ese mismo cuerpo que veo yo por las mañanas al despertar en mi espejo, aún sabiendo que él te tiene a ti y yo duermo solo, esperando que llegues y me abraces y me digas que todo ha sido una pesadilla. Aún así, prefiero sonreir.
Te amo, mi pequeño. Tanto que jamás podré desearte otra cosa que no sea tu felicidad. Y sé que ese hombre que está a tu lado en esta foto, que no puedo eliminar, te cuidará. Porque se le ve en su mirada, te mira como yo lo hice al despertar a tu lado mientras tú aún dormías abrazado a mí. Te mira con un brillo dulce en sus ojos, se siente protegido debajo de tu brazo, se siente el hombre más afortunado... Y lo es. Y él lo sabe...
Por favor, no le falles. Te lo ruego, sólo merece tu amor. Créeme, lo sé a ciencia cierta, sólo necesita que tus ojos verdes lo acaricien por la mañana para ser feliz. Sólo eso, mi niño, sólo eso.
Te ama.
Mi vida, mi regalo, el padre de mis hijos... Adiós...

Te has ido (Cuentos mientras dormías - Prólogo)


Yo creía que ya no tenía lágrimas, pero parece que no era cierto, que aún me quedaban algunas.
Si me viera desde fuera estoy convencido que mi estampa me haría reír. Discretamente, por supuesto, porque no está bien reírse en un crematorio. Y sé que lo haría porque me conozco y los dos sabemos que soy lo suficientemente cafre como para hacerlo. Pero hoy no soy capaz de verme desde fuera. Ahora mismo lo único que soy capaz es de mirar la caja de madera que mantiene prisionero tu cuerpo para poder calcinarlo. Dentro de esa caja de roble está mi última oportunidad de ver tu cuerpo. Y se está esfumando ante mis narices.
Y por más que me había prometido a mí mismo y a ti que no lo haría, no puedo reprimirlo más. Aquí estoy, mientras el marido de tu hermana me sostiene en pie, gritando y llorando tu nombre, queriendo impedir que te cremen. Roto, vacío, solo…
Roberto, te has ido. Y yo sólo he sabido despedirme de ti llorando y gritando. Te amo, mi vida, mi bien, mi amor. Pero el patético de tu marido ha encontrado la mejor de las formas de despedirte: montando una escenita.
Lo siento, mi niño. Ojalá hubiera podido controlarme, pero creo que no puedo soportar no volver a ver tu cara sonriéndome mientras te llevo a la cama y te beso y te abrazo antes de dormir. No voy a poder soportar no sentir el roce de tu piel cuando te cojo la mano y la apoyo en mi mejilla para poder conciliar el sueño.
No creo que pueda aprender a vivir sin ti. Roto, vacío, solo…

El Astronauta


Estoy en medio del espacio, con mi respiración como única compañía. Completamente solo. Y he decidido que voy a quitarme el casco del equipo.
No ha sido una decisión extremadamente difícil, porque cuando no hay posibilidad de sobrevivir, es mucho mejor acabar cuanto antes con el sufrimiento.
Podría estar mucho rato intentado describir cómo he llegado a esta situación, pero lo único realmente importante ahora es que no puedo volver y no pueden venir a buscarme. Estoy solo en medio de esta negrura que rodea el globo azul sobre el que orbito.
Por extraño que parezca, no me va a resultar nada difícil desaparecer. Tal vez sí haya alguien que me extrañe. Seguramente, habrá gente que exacerbará mi recuerdo como si fuera un lazo mucho más estrecho de lo que en realidad fue. Pero en realidad, no hay nada que me haga pensar que todas esas obras de teatro pasarán a la historia.
Tampoco es que esa pecepción de mí mismo y de mi vida me preocupe demasiado. Ya no me preocupó mucho en vida, así que ahora que estoy ya muerto en la práctica…
Supongo que la mayoría de la gente dramatizarían este momento hasta la desesperación. Por lo que he visto en el ser humano, gusta mucho el concepto de sufrimiento hasta el final. Algo que siempre me ha hecho pensar que no soy humano. Tal vez haya humanos más humanos y otros más extraterrestres, y teniendo en cuenta lo bien que me está sentando este viaje alrrededor del planeta, en soledad, únicamente con el ruido de mi respiración y de mis propios pensamientos, creo, que soy de los menos humanos. Pero eso tampoco es una gran sorpresa, al menos para mí.
Reconozco que estoy algo asustado, pero sobretodo por no saber qué voy a sentir en el último momento. Seré extraterrestre, pero no me gusta el dolor. Ni las sensaciones desagradables, así que si morir va a ser lo último que haga en breve, me gustaría que fuera algo ligeramente placentero o al menos algo que no me provocara dolor.
También había pensado en reducir mis existencias de oxígeno para quedar dormido al ir respirando los restos de mi propia respiración, pero no sé, es como poco glamouroso. Y tengo que reconocer que junto al miedo, también me apetece que mi fin sea algo digno de una película de ciencia ficción.
Ese es el fin que todo astronauta espera muy en el fondo de su corazón.
Nos hacemos astronautas porque nos creemos que somos fantásticos y muy listos, más que los demás, pero en realidad es simplemente un anhelo de grandeza, que en realidad no existe, porque cuando tú crees que lo que haces es grande, pasan cosas como esta, un astronauta sale propulsado al espacio sin remisión, simplemente para que la naturaleza vuelva a demostrar que Ella sí es grande y Ella sí manda.
Pero lo de morir a lo “grande” nos gusta a todos y a los que podemos acceder a ese tipo de muertes, más.
Otra cosa que por un instante se me ha cruzado por la cabeza es si lo de quitarme el casco es suicidio y mi alma vagará por el limbo para el resto de la eternidad. Y es que haberse criado en un colegio religioso pasa siempre factura. Sin embargo, eso, tampoco me importa lo más mínimo. Crea en lo que crea quien lo crea, la realidad será una y única, así que qué más da si unos tienen razón o la tienen los otros… o ninguno (teoría aceptada por agnósticos recalcitrantes como un servidor).
Ciertamente, no importa si mi alma inmortal seguirá después de mí en un viaje sin fin, si será perdonada o si se me permitirá redimirme de mis pecados o si simplemente cuando finiquite este cuerpo, se finiquite todo. La decisión actual tampoco puede ser otra. No puedo hacer nada más, así que sea lo que sea lo que me espere después, deberé esperar a comprobar si hay un después. No hay más.
Y así, pensando en cosas irrelevantes, poco a poco voy llegando al final del viaje. Porque ya he disfrutado de la mejores vista de la tierra que nadie en mucho tiempo ha tenido, pero esto es como todo, lo poco gusta y lo mucho cansa, y yo, soy de los que con un poquito de mucho me canso y aburro terriblemente. Así que, el momento cumbre está llegando. Ese momento en que deseo estar a la altura de la interpretación oscarizable que espero de mí en esta situación.
Mi mano se extiende ante mí y se acerca a la palanquita de separación de la luna de casco. Slow motion, por supuesto.
Y sin pensármelo dos veces hago click y despresurizo (brutalmente, por cierto) el traje. Y en mi imaginación veo como el gas sale a presión de la ranura del casco, cosa que en realidad no ocurre, por supuesto, esto es el vacío y la realidad, no Star Wars.
Y en ese preciso instante es cuando estoy a punto de echar a perder la escena.
Por un momento mis peores miedos se hacen realidad al descubrir que mis pulmones llenitos de aire se expanden en mi pecho debido a la fuerza del gas que los rellena y que tiene todo un universo que ocupar.
Pero en un leve y maravilloso último segundo descubro que el dolor desaparece por completo y da paso a…..

Epílogo

Dicen la malas lenguas, que hay un cuerpo flotando por el espacio con una sonrisa socarrona, de esas que sin decir nada, simplemente dicen que saben algo que los demás no sabemos. Y algunos dicen que en realidad, así es: ese cuerpo sonriente sabe algo que los demás deseamos saber.

Hermanos


Como él siempre iba a levantar pesas, siempre iba con él a natación. Yo nadaba, él hacía barbaridades con sus colegas en el banco de pesas, nos duchábamos y volviamos a casa. Así desde que yo tenía uso de razón. Yo tenía 18 y él 26.
Lo que significa que durante muchos años había visto como el cuerpo de mi hermano había ido cambiando sin importarme mucho, o al menos, sin fijarme demasiado en ese cambio. Y supongo que si la naturaleza no hubiera empezado con el mío, seguiría sin haberme dado cuenta.
Pero de pronto, un día, empecé a no poder desviar la mirada del culo belludo y tan redondito rematado por esas dos columnas llenas de músculos que eran sus piernas y en unos breves y casi absurdos segundos mi recién estrenada polla empezó a hincharse. Sin previo aviso.
Hacía algún tiempo que yo sabía sobradamente que era gay. Porque nunca hizo ni siquiera el amago de ponerse morcillona delante de una chica, vestida o desnuda. Sin embargo, cada vez que veía en la tele a Vin Diesel, tenía que ponerme el cojín tapando el buloto que asomaba entre mis piernas. Así que yo sabía perfectamente que era homosexual. Pero nunca se me había ocurrido que mi hermano fuera un hombre. Podía ser casi cualquier cosa menos un hombre, porque los hermanos son siempre eso: hermanos, nunca seres sexuales. Jamás!
Así que dadas las cirunstancias, lo mejor que pude hacer fue esconderme en mi cubículo para empezar a hecharme mucha agua fría por encima. E intentar pensar en cualquier otra cosa. Estaba dispuesto a pensar en cualquier cosa siempre que pudiera hacer desaparecer la imagen que empezaba a formarse (y deformarse) de mi hermano. Pero no llegué nunca a poder pensar en nada más, porque lo que ocurrió fue lo último que pensé que iba a pasar.
Alguien me empujó hacia la pared del cubículo para poder cerrar la puerta con el pestillo. Desde detrás apareció una mano grande y fuerte que me cogió el pene con tanta fuerza que dí un respingo de dolor, para inmediatamente notar como toda la sangre se me acumulaba en los tímpanos y en mi polla, endureciéndola de una forma que yo aún desconocía que se podía endurecer. Y en mi oido derecho un susurro muy suave me dijo: “te deseo, peque… hace tiempo que esperaba que tú también…” y en ese susurro reconocí a alguien que hasta hacía segundos había sido mi hermano. Porque en aquel momento se convirtió en otra cosa. Se convirtió en depravación y en vicio. Se convirtió en un hombre.
Y qué hombre… me dio la vuelta para mirarme a la cara y descubrió que no había miedo ni espanto. Lo único que encontró fue deseo. Porque en ese momento la verdad que estaba escondida en mi interior salió para ofrecerle la única verdad: “hace tiempo que tenías que haber hecho esto, grandullón… qué ganas tenía de que me agarraras y me hicieras tuyo…” y ahí fue donde Carlos y Néstor dejaron de ser Carlos y Néstor para pasar a ser él y yo.
Mis manos no dejaban de subir y bajar por todo el cuerpo sudado y desnudo perfectamente musculado y lleno de erotismo. Sus pectorales, su barriga (nunca tuvo tableta de chocolate, gracias a diós… así era perfecta…), su espalda, su enorme y firma espalda y su culo, esculpido por algún griego antiguo. Tenía el mejor cuerpo que jamás hubiera visto, aún habiéndolo visto desde siempre. Pero todo eso palideció cuando mi dedos se econtraron con su miebro erecto. Era algo descontrolado, porque en cuanto la palpaba saltaba como si no puediera esperar a utilizarla, sin embargo, no lo hizo. No aún.
Mientras yo disfrutaba de todo ese cuerpo, él parecía estar en éxtasis continuo con el mío. Aunque de ninguna forma tan enorme como él (mide metro noventa y yo uno ochenta) se vé que la natación y la pubertad habían convertido mi cuerpo en un pseudoadolescente belludo la mar de apetecible, porque no dejó de besar, lamer y morder ningúna parte que se le pudsiera a tiro. Disfrutó de cada centímetro de mí, tanto como yo estaba disfrutando de él. Hasta que en medio de todo ese ajetreo se detuvo delante de mi ya enorme falo (queda feo decirlo, pero mis 20 cm ganan a sus 18) y cuando yo pensaba que iba a empezar a comérme la polla hizo algo que no me esperaba, porque desde el mismo momento en que me empujó a la ducha yo había decidido que mi culo era para él y llevaba todo este rato dilantando para dejarle hacer lo que ese hombre quisiera con él, pero parecía que él tenía otros planes. Y con una gran maestría se giró y metío mi polla en su culo sin el menor esfuerzo. Se había envadurnado de lubricante mientras no dejaba de comerme y sobarme. Y ahí el estremecimiento que me recorrió por dentro lo tubo que notar, porque apretó su ano casi con tanta fuerza como me había apretado antes con su mano, para mantener al máximo mi momento de placer.
Y sin necesidad de que nadie me explicara lo que debía hacer (evidentemente era mi primera vez como activo) empecé a meter y sacara mi polla de su delicioso, perfecto y portentoso culo mientras él gemía de lo que parecía ser placer, porque cada vez que yo lo envestía él hacía lo mismo contra mi pelvis y apretaba el esfínter dándome algo que yo nunca había pensado que existía. No era placer, era algo que no se puede definir con mis conociemientos hasta aquél día. Frotaba mi polla contra su culo, la metía entera y se la volvía a meter, la agitaba de lado a lado dentro de él, mientra él se retorcía contra la pared, se levantaba para notar mi polla en zonas que debían ser mucho más placenteras de las que yo jamás había imaginado y se masturbaba con su mano derecha mientras con la izquierda apretaba mi culo para hacer mis movimientos cada vez más fuertes y más y más, hasta que mi polla ya no aguantó más y estalló. Y mi hermano que sabía lo que estaba ocurriendo hizo lo que él sabía que debía hacer, estrangulo su ano tan fuerte como pudo y mentuvo el moviemiento de mi polla dentro de su culo para que me corriera con toda la fuerza posible dentor de él, para que me extasiara con su culo.
Y así fue. Y por un momento pensé que acaba de llegar al cielo y que no había más pisos para ascender. Cuán equivocado estaba, porque lo mismo que había hecho antes al girarse y meter mi polla en su culo, en cuanto acabé de correrme, me tiró al suelo (no parecían tan grandes estos cubículos…) boca arriba, me levantó las piernas y metío su gran y durísima polla en mi culo y resultó que mientras me apretaba el culo antes, también había procurado la lubricación suficiente, porque ni siquiera noté el dolor de la penetración, todo, absolutamente todo fue placer y mientras tanto con su mano derecha, muy proactiva, empezó a marturbarme para que no perdiera la erección ni el placer y ahí descubrí que hay muchas formas de mantener el placer después de haberse corrido, porque a cada nuevo gesto de su mano, mi falo reaccionaba retorciéndome de placer, mientras con su rabo metido en mi culo me daba todo el gusto que yo podía desear, haciéndome descubrir esas zonas que yo no sabía que existían y que pueden hacer que uno pierda todo el sentido del tiempo y el espacio. Y entonces llegó a la cuspide. No sé cómo lo sabía él pero en aquél momento poco me importó. Su mano izquierda, mientras con su derecha seguía haciendo que mi polla descubriera las 1000 y una forma de sentir placer, y con su polla me frotara todos los rincones excitables de mi culo, se llevó mi pie derecho a su boca y empezó a lamer, mordisquear y apretar con su lengua mis dedos, la planta del pie, el empeine, el talón, y otra vez mis dedos, hasta que mi polla empezó a temblar de nuevo con tanta violencia que pensé que de verdad me iba a estallar.
Tampoco sé cómo lo hizo para aguantar su corrida hasta ese mismo instante, pero sé que en cuanto estalló mi polla, la suya hizo lo mismo dentro de mí, doblando el placer de ambos hasta el punto de no poder reprimir más ni los gemidos ni el grito de palcer con que llenamos el cambiador del gimnasio.
Un par de empujones extra, como si necesitara acabar de confirmar que no había nada más que salir y me sacó su sabroso pollón de mi culo. Sólo para ayudarme a levantarme y abrazarme con tanto amor y delicadeza que sentí que por un momento se iba a arrepentir de lo que acababa de hacer, asíq ue hice lo único que podía hacer para que comprendiera que no había sido un error. Que no importaba lo más mínimo que él fuera mi hermano, mayor. Que pasara lo que pasara cuando salieramos de la ducha, lo que había ocurrido allí dentro había sido lo que ambos siempre habíamos deseado y que no me arrepentía lo más mínimo de haber descubierto que mi hermano, era un hombre y que era capaz de dar semejante placer a otros hombres (y tal vez a la mujeres…).
Le cogí la cara con mis manos y le besé en los labios.

Epílogo

Menos mal que papá y mamá habían muerto hacía 4 años, sino se hubieran muerto aquella misma noche al oir lo que me hizo Carlos cuando llegamos a casa. Parece ser que había cosas que en una ducha de un gimnasio no se puede experimentar.
Hoy, 10 años después, seguimos siendo hermanos, amigos, y amantes. Le da placer a más hombres (por lo visto a mujeres no…), demuestro que soy un buen alumno con otros hombres yo también, pero ambos sabemos que somos hermanos, amigos, amantes y el uno del otro, sin importar las casualidades de la vida.