Tímido


Me invitaron a ir de fiesta con ellos. Nunca me ha parecido una idea genial salir a beber con los alumnos, pero nos llevábamos bien y se empeñaron en llevarme con ellos.
 Además, estaba él.
Fuimos a cenar y allí que se colocó el niño, delante de mí. Intenté parecer indiferente a todo, pero su actitud era imposible de ignorar. Hablándome, cogiendo comida de mi plato, riéndose con esa expresión de felicidad y de respeto a las canas. Pura ingenuidad creyéndose el rey del mundo y su centro, de paso.
Cuando nos fuimos a bailar, tampoco hice mucho caso de los roces, las copas pagadas, lo que a mí me parecieron miradas extrañas en medio de la pista. Y no hice caso, porque 20 años de diferencia no es una barrera fácil de saltar y menos aún cuando 3 veces en semana lo tienes sentado en un pupitre explicándole lo difícil que lo tienen los seres vivios con esto de la evolución. Así que dejé que las cosas sucedieran pero sin darles mayor importancia.
Hasta que llegó el momento de volver a casa. Y debo remarcar que YO era el que volvía a casa, porque mi espalda y mis riñones no tienen el mismo aguante que el de mis compañeros de juerga a los que doblaba la edad. En el momento en que mis lumbares decidieron que ya era suficiente por esa noche, muy educadamente me despedí y les dije que volvía a casa dando un paseo para despejarme.
En menos de medio segundo mi paseo se transformó en un viaje en “taxi” a casa y como conductor estaba él, mi niño. Dispuesto a llevarme a la Conchichina si hiciera falta.
Le indiqué la dirección y de camino a mi casa apenas si cruzamos 3 palabras. Yo estaba tremendamente cansado y él parecía algo nervioso. Inquieto. Parecía que se estuviera meando encima, vamos. Hasta que aparcó en el portal de mi edificio.
Lo que ocurrió allí fue algo tan inesperado como deseado. Fue casi tan torpe como precioso. Sin mediar palabra acercó su mano derecha a mi paquete y la izquierda a mi cara y se abalanzó sobre mí para besarme en la boca, pero con el ímpetu y los nervios no calculó su fuerza y acabó golpeándose con el techo del coche, estrujándome los huevos para mantenerse en equilibrio y casi se parte un diente contra mi nariz. Lo que acabó con su cuerpo encima de mí, su cabeza contra la puerta, sus piernas buscando un lugar donde apoyarse y un color rojo radioactivo de la vergüenza en toda su cara.
Y en ese momento hice lo único que podía hacer. Recoloqué su cuerpo mirando hacia arriba, le pasé mi brazo por su cuello y le dí el beso en los labios que intento darme él antes.
Se estremeció al notar el contacto. Casi pareció que opusiera algo de resistencia, pero en una décima de segundo se relajó y se dejó llevar. Y nos besamos durante lo que pudo ser una eternidad, dejando que el sabor de nuestros labios nos llenaran los demás sentidos, con pasión, con fuerza, con ingenuidad.
Lo aparté un momento para mirarle a los ojos y preguntarle si estaba seguro de eso. Y sin responder, se volvió a sonrojar, pero esta vez apareció una sonrisa tímida en su cara y volvió a besarme muy suave.
Del trayecto hasta mi salón no recuerdo mucho. Simplemente sé que sus manos no hacían más que buscar algo que parecían no encontrar nunca. Ni siquiera cuando nos tumbamos en la alfombra. Hasta que entendí de qué se trataba. Quería desnudarme, pero sus nervios no le dejaban coordinarse, así que tuve que tomar la riendas y me puse encima suyo para que se quedara quieto. No era muy difícil, ya que mi metro ochenta y cinco de altura y mis más de 100 kilos no eran rival para su metro setenta y 2 onzas de peso. Así que se rindió y me miró con tanta inocencia que comprendí el porqué de esa torpeza y de esa impaciencia y de todas esas ganas de demostrar lo que sabía hacer. Nunca lo había hecho antes. Me estaba regalando su virginidad y yo sólo podía corresponder a tanta ternura con más ternura. Acerqué mi cara a la suya y en voz muy bajita le dije lo que él quería oir y yo necesitaba decirle: “Hoy me das tu mayor regalo y yo lo pienso guardar como oro en paño, pequeño. Déajte llevar, no tengas miedo. No necesitas demostrar nada, tus ojos ya lo hacen por ti… y qué preciosos son…” Y como si un resorte se hubiera soltado en su interior, sonrió abiertamente y se destensó mientras me daba el primer beso tranquilo de la noche.
Cogí sus manos, sus grandes y bonitas manos, con las mías y las guié hasta mi camiseta permitiéndole que me la quitara despacio, saboreando el contacto de su piel sobre mi torso. Con las manos, esas perfectas y cuidadas manos, aún agarradas le mostré como acariciar mi pecho y mi barriga, redondita y velluda, para empezar a excitarme y para que comprendiera que mi excitación era lo que él necesitaba para empezar a disfrutar.
Se soltó despacio de mis manos y con una gran habilidad me desabrochó el pantalón y me hizo tumbarme a su lado para poder quitármelo junto a las bambas y toda la ropa interior. No hay nada como soltarse para empezar a hacer la cosas sin miedo y sin torpeza. Mientras me desnudaba fue besando cada nueva parte que quedaba al descubierto con su linda boca, haciéndome cosquillas con su perfectamente recortada barba provocándome pequeños espasmos que se confundían en mi mente como espasmos de placer. Haciendo que mi miembro le mostrara lo bueno que era haciendo lo que nunca antes había hecho.
Y entonces empezó a desnudarse él. Se levantó y mientras con sus pies se quitaba los zapatos, con sus manos deshizo en un momento de su camiseta y sus tejanos, para dejar el desnudo ese pequeño cuerpecito, perfectamente tallado, sin excesos,que tanto tiempo llevaba yo deseándolo en mi cama. Y allí lo tenía, en mi alfombra, con un rubor en las mejillas, como esperando una aprobación o una señal que le dijera que podía continuar, que estaba bien así.
Lo agarré del culo (qué perfecto y duro lo tenía! Benditi juventud y nedito el deporte!) y acerqué mi cara a su pelvis para empezar a besar esa belleza de pene que le colgaba entre las piernas y esos huevos grandes y peludos que pedían a gritos una buena comida. Y ahí tuve la sensación que su mundo cambió o su percepción del mundo, porque el último espertor de oposición despareció para dejar paso al flujo de sangre que lo empalmó como nunca antes lo había hecho.
Le dolía su propia erección, se notaba. E intentaba tocarse la polla dura como para asegurarse de que aquello era suyo y estaba como una roca mientras se la estaba mamando desde la base hasta el glande, apretándole el perineo para hacerle la experiencia más intensa, acercándose al éxtasis. Sin embargo, era su primera vez y no podía permitirle que aquello acabara antes siquiera de empezar, así que paré de excitarle su enorme erección y volví a tumbarlo a mi lado.
Era precioso. Todos los rincones de ese niño eran preciosos. Su cara de bebé con barbita. Su pecho con esa incipiente mata de pelo que debía seguir creciendo con los años. Sus fuertes brazos y piernas. Su ancha espalda, sus manos y sus pies, grandes y firmes y un culo y una polla que podrían ser la envidia de cualquiera. No podía dejar de observarlo, acariciarlo, besarlo, lamerlo y por lo visto él había decidido no perderse nada de todo eso. Habí decidido que quería dejarse llevar. Entonces, decidí que si debía ser en algún momento, ése era perfecto. Saqué el bote de lubricante de una caja en la mesita de centro y mientras le volvía a mamar esa preciosidad de rabo erecto que no paraba de retorcerse al compás de mi lengua empecé a lubricarle el ano. Despacito, con calma y sin asustarlo. Que´ria que disfrutara de lo que viniera a continuación, así que poco a poco introduje mi dedo corazón lleno de lubricante en su culo, con mucho cariño para evitar cualquier dolor o desagrado y para sorpresa de ambos, excepto por una leve mueca inicial, mi dedo desapareció por completo dentro de él, para llegar directo a su próstata. Y en ese momento gritó.
Pero fue un grito de puro placer lo que salió de su graganta, por lo que no pude dejar de estimularle su recién descubierto punto g mientras su polla se estaba volviendo loca de placer en mi boca.
Donde antes sólo había espacio para un dedo, pronto entraron el índice y el corazón y su momento de gozo empezaba a ser insoportable para mi polla, que había crecido tanto como la suya y se retorcía en mi mano hasta que le levanté las piernas, me las apuyé en los hombros y le metí mi polla en su culo con tanta fuerza que casi nos caemos hacia adelante, pero con una destreza que no sabíamos ninguno de los 2 que él tuviera, se recolocó permitiendo que mantuvieramos el equilibrio y de paso que mi polla entrara completamente en su culo.
La cara de ese pequeño mientras lo penetraba era de puro placer. Había descubierto algo que creo que jamás iba a olvidar y por más que yo hubiera visto esto antes, el hecho de saber que lo que estábamos haciendo era SU primera vez, me llenó de orgullo y ternura hacia ese niño que quería perder la virginidad con su profesor de ciencias. Así que me dediqué por competo a descubrirle un mundo nuevo de sensaciones, mientras lo penetraba de todas las formas imaginables, aguantando las ganas locas de correrme dentro, para permitirle disfrutar más tiempo de aquello.
Le pajeaba con una o ambas manos, detenía el bombeo para besarlo con pasión y meterle la lengua hasta el fondo, le apretaba el pecho con mis manos mientras le estimulaba los pezones, le besaba las manos y se las mordía, le lamía los pies y mordía sus grandes y potentes dedos hasta que yo mismo me volvía loco de éxtasis y le acariciaba todos y cada uno de los átamos de su piel para que supiera que era perfecto. Que mi niño era perfecto.
Y en el momento de máximo deleite ocurrió lo que casi nunca ocurre y menos una primera vez. Su polla y mi polla empezaron a hincharse y contraerse a la vez, conviertiendo los movimientos del cuerpo en puro placer hasta hacernos estallar al unísono, como si estuvieramos sincronizados, como si el placer ya no pudiera ser mayor. Y cuando eyoculó salpicándolo todo a su alrededor yo hice lo mimso dentro de él, conteniendo las últimas embestidas para hacer el momento ligeramente más duradero, más intenso, haciendo que por un segundo nos olvidaramos de todo y de todos y sólo quedaramos él y yo. Él y yo. Magia en estado puro.
Aún dentro de él, me puse a su esplada y lo abracé con todo el amor de que era capaz en aquel instante de paz. El momento más tierno de toda mi vida y espero que el uno de los más bonitos de la suya.
Saqué mi pene de su culo con delicadeza, dejando que disfrutara de ese último momento de comunión y lo giré para que se apoyara en mi pecho. Le caían lágrimas de sus ojos. Sus azules y preciosos ojos. Pero su sonrisa y como se acurrucó en sobre mí me hizo comprender que lo que fuera que le ocurriera no suficiente para romper este momento.
Se durmió en mis brazos, se durmió en mis besos y soñó en mis sueños. Como un pequeño ángel. Mi pequeño ángel.
A la mañana siguiente, al despertar en mi cama se sobresaltó al no reconocer el lugar, pero al verme revoloteando por la cocina del loft se volvió a relajar, aunque su rubor volvió a sus mejillas.
Y antes de que él hablara lo hice yo.
“No te preocupes, pequeño, nadie lo sabrá nunca, salvo tú y yo. Vuelve a tu casa, vuelva a tu vida y vuelve con tu chica. Tiene mucha suerte.”
Le preparé el desayuno, le preparé un baño y cuando salió por la puerta, se detuvo y me regaló un beso en los labios. Aquel día me había colmado de regalos para toda una vida. Lo vi arrancar el coche y echar un último vistazo al portal donde le estaba viendo marchar, con lágrimas en sus ojos, de nuevo. Mi pequeño. Tal i como debe ser, volvió a su vida; pero, inevitablemente, siempre estará en la mía y sé que yo viviré un poquito en él.
Mi pequeño.

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